La ciudad importada*

El nuevo desarrollo urbano requiere de adaptación a fenómenos como el cambio climático o el acelerado proceso de urbanización global. Se busca, mediante agendas internacionales traídas a lo local, que las ciudades sean coherentes con la pirámide de la movilidad sostenible, en donde andenes y ciclo-rutas permitan desplazamientos a pie y en bicicleta que sean protagónicos, posibles y seguros; que las urbes puedan incorporar respetuosamente a la flora y fauna local, incentivando la siembra de árboles nativos y salvaguardando zonas de protección; que los centros urbanos se dinamicen y que vuelva la vida residencial; que se atienda al problema de la planificación, desde la escala metropolitana y la de comunas y los barrios, entendiendo sus problemáticas y dotándolos de infraestructuras que incrementen la calidad de vida, a la par que se reduzcan los desplazamientos motorizados; y que la expansión urbana pueda hacerse de forma inteligente, creando sub-centros y evitando crear periferias miserables.

En las ciudades intermedias, los anteriores principios, todos loables, son adoptados por gobiernos locales con un discurso político excesivamente cargado de imaginarios idílicos, con referencias recurrentes hacia el primer mundo. Es entonces cuando se citan las experiencias genéricas de Ámsterdam y Barcelona, y de cómo Medellín y Bogotá han avanzado en lucir como ciudades europeas que algún mandatario visitó en sus vacaciones. Paradójicamente, ese futuro importado no viene acompañado de pedagogía urbana o de un análisis de lo que somos, de nuestra historia y mucho menos de nuestra geografía. Siempre “el futuro” está en otra parte, nos llega desde arriba. Ese parece el estribillo de los gobernantes que hemos tenido en las últimas dos décadas. Pronto, esas imágenes del primer mundo devienen en proyectos, y es aquí donde suele darse una bifurcación de caminos si el proyecto en sí mismo ha sido mal concebido (al no haber atendido el contexto y la complejidad local), tal como es el caso del proyecto de ciclo infraestructura para Bucaramanga:  por una parte, el discurso político se queda rebobinando aquella fantasía imaginada, pataleando y culpando a otros de por qué aquella fantasía del primer mundo no se cumplió, y por otra, los aspectos normativos, técnicos y constructivos se van estrellando unos tras otros de bruces contra la realidad misma.

En este panorama, es preciso encontrar soluciones a nuestras problemáticas urbanas cuidándonos de imágenes y modelos foráneos aplicados sin pensamiento crítico. Se requiere hoy más que nunca encontrar mecanismos de participación que promuevan soluciones integrales a cada una de nuestras realidades, tomando aquello que nos sirve y que pueda ser aplicado sin generar traumas mayores a los ya existentes.

Un proyecto mal planificado es ante todo una oportunidad perdida.


Alejandro Ordóñez Ortiz

19 de Septiembre de 2019


* Artículo publicado originalmente para el espacio de opinión de la Fundación Participar en el Diario El Frente http://m.elfrente.com.co/index.php?ecsmodule=frmstasection&ida=55&idb=102&idc=42625&fbclid=IwAR2-S3oMBH1Y4n_24PAY5vsNU_d2H1sKvmOCjR1uRI1tVQsoZ5MoaFlXhrU